Elegía para un americano, de Siri Hustvedt Ressenyes

Elegía para un americano, de Siri Hustvedt. Anagrama, Barcelona, 2009, 388 p., 19,5 €

“Durante toda su vida mi padre repartió su cariño a manos llenas entre los oprimidos, los deformes, los desafortunados y los merecedores de lástima. Nunca juzgó a quienes se encontraban impotentes. Ésa fue su grandeza y también su suplicio”. p. 58

La cuarta novela de Siri Hustvedt es de las que suelen llamarse “de personajes”, una obra en la que se ahonda en la psicología de estos hasta alejarlos de los arquetipos. El principal es Erik Davidsen, un psicoanalista de Brooklyn cuyos padres, de ascendencia noruega, habían vivido en Minnesota. Cuando muere Lars, padre de Erik, este encuentra entre los papeles paternos una nota alusiva a un secreto compartido con una tal Lisa. Cuál sea ese secreto mantendrá una cierta intriga hasta el último cuarto de la novela, en que sale a la luz, pero continúa la narración. Para entonces el lector ya está atrapado por las vidas palpitantes de la plétora de personajes puestos en danza, y sobre todo por saber el rumbo que tomará la vida de Erik, cuyo autoanálisis en terapia avanza en paralelo a la investigación sobre su pasado familiar.

En torno a Erik se arracima una constelación de nombres que vehiculan diversos temas: Lars o la melancolía; Miranda o el amor salvaje, Eggy o el anhelo de paternidad; Laura Capelli o el amor doméstico; Inga o la sombra del genio, Sonia o el 11 S, Max Blaustein o la vida del artista; Burton o el travestismo reprimido; Linda Fehlburger o el periodismo amarillo… Con todo, el tema principal es la soledad, que se cierne sobre un Erik divorciado y deprimido objeto de un autoanálisis minucioso y continuo. Hustvedt ha trabajado a los personajes de modo que establece paralelismos y contrastes entre ellos: Erik es psicoterapeuta y Burton historiador médico; Max es un artista familiar y Lane, antigua pareja de Miranda y padre de Eggy, un artista plástico desequilibrado. También hay oposiciones entre Miranda y Laura, un camino sentimental que se bifurca; o Sonia y Joel, hijos de Max reconocido y secreto, respectivamente.

Aparte de estos personajes, desfilan otros tantos en microhistorias y otros textos insertos en la historia principal. Por ejemplo, Erik alude a sus pacientes. También se relatan sueños de Erik e Inga, la hermana de Erik, y los argumentos de películas y libros de Max Blaustein, marido difunto de Inga. Además, están los fragmentos transcritos del diario de Lars Davidsen, obra del padre fallecido de Siri Hustvedt, Lloyd Hustvedt, como se explica en los Agradecimientos finales. Esta mezcla de historias reales e imaginarias marca de la casa es un aliciente añadido a la novela.

Elegía para un americano es también una interrogación sobre el relato que se construye a partir de las vidas y el modo en que se encajan en él las piezas discordantes. Como los secretos: Lars juró a Lisa sobre la biblia que mantendría un secreto. Max ha tenido un hijo fuera del matrimonio. ¿Qué secretos difícilmente confesables oculta Erik?

En cuanto al trabajo lingüístico, cabe resaltar el dominio de la jerga psicoanalítica, algo indigesta en una cena en que se indaga en el significado de los sueños (p. 131-144). Y sin querer impugnar el título, sí hay que decir que no traduce exactamente The Sorrows of an American, más esclarecedor por cuanto alude a la melancolía de Lars, espejo de la de Max.

En suma, es ésta una novela de entidad y de sumo interés para escritores. Porque, describiendo a Max Blaustein, Hustvedt ha escrito párrafos memorables sobre la personalidad del artista.

(Publicat a El Ciervo.)