Hace la friolera de diez años que entré en la Universidad de Barcelona para estudiar Filología Hispánica y no fue hasta dos después que me topé con Lluís Izquierdo. Si hasta entonces los profesores los había clasificado en malos o menos malos, con él me vi obligado a inaugurar una nueva categoría: la de los pocos muy buenos.
Cabe precisar que Izquierdo polariza las opiniones que los pupilos tienen de él. Entre los muy adictos llega a haber quienes se matriculan en cualquier curso o asignatura con tal de que él la imparta. Si fuera menester, estos imprudentes osarían reincidir por enésima vez el Poema de Mío Cid. Pero sus fervores son secretos, porque el aspecto físico del docto profesor impone y de qué modo. A Izquierdo se le respeta o se le admira desde la distancia. En cambio, los alumnos poltrones que rondan por la facultad suelen echar pestes de él, porque no dicta apuntes y se puede sacar de la chistera un examen peregrino cuya primera parte consista, por ejemplo, en explicar el significado de la palabra “barahúnda”. Los escribas lo pasan muy mal en sus clases, desconcertados ante el aluvión de sustancia escondida en unas exposiciones que tienden a la constante digresión y a la anécdota esclarecedora.
En su aparente facilidad, en su capacidad de rehuir los tópicos, en su amor por el detalle y en su amenidad radica el interés de sus clases. Izquierdo expone con notas a pie de página y nos invita a leer con atención minuciosa. Aunque trae muy pensado lo que explica, piensa mientras habla y también después de hablar. Por desgracia para quien no lo haya tenido como profesor, la vivacidad de las ocurrencias y observaciones más sagaces de Izquierdo es irreproducible.
Solo hablé con él dos veces y por idénticos motivos poco nobles: para que me revisara exámenes al alza. Creo que en ambas ocasiones, amén del interés espurio, se ocultaba otro: oír un rato a solas a ese profesor que, a partir de la utilización de un adjetivo, deducía la procedencia castellana de mi familia (de hecho es leonesa); o que me invitaba socarronamente a releer un párrafo tan saturado de subordinadas que ni yo mismo era capaz de descifrar. Al final, Izquierdo acababa accediendo con indulgencia a mi petición inflacionaria.
Hace más de un lustro que no veo al profesor Izquierdo. Su pipa perenne, su gabardina, su juvenil flequillo encanecido, su andar fatigado. Sin embargo, con el mismo énfasis que en mis años de facultad, me atrevo a renovar mis votos de izquierdista irreductible.
[Publicat a El Ciervo l’any 2004. Si t’ha agradat, potser també t’agradarà “La poesía del siglo XX según Lluís Izquierdo“.]Recommended Posts
Nelson Mandela, gran entre els grans
22 ag. 2024
Breu evocació d’Àlex Susanna
16 ag. 2024
Per què un llibre com ‘Liquideu Einstein’?
03 des. 2022