¡Adelante!, de Charles Bukowski. Visor, Madrid, 2007, 331 p.
Estos poemas póstumos del escritor americano no hacen variar un ápice el concepto que se tenía de él. Su poesía es a la literatura lo que el Potro de Vallecas a la técnica boxística: casi el grado cero de elaboración. Como explica Eduardo Moga en Poemas de la última noche de la Tierra, la elipsis es el recurso básico de la escritura del de Los Ángeles. Dicho de otro modo: los poemas están repletos de huecos, de apuntes solo sugeridos. Son poemas en que se calla al menos tanto como se dice.
Ahora bien: sus composiciones toscas, simples por pura pereza, descarnadas y en las que menudean los tacos, directas y efectivas, atraen casi fatalmente a su aspiración, a la turbulencia que dejan tras de sí. Quizás porque late bajo su piel el encanto de la fuerza bruta y casi nunca incurren en lo convencionalmente poético, lo que les otorga un grado de sinceridad poco frecuente. Bukowski poetiza la violencia, los márgenes, el alcohol, las prostitutas. La reincidencia en esos temas, así como el fondo nihilista, atraen a lectores jóvenes porque es fácil acceder a ese mundo, pero también a otros experimentados que hallan en él una manera de decir y un universo personales, muy diferentes a casi todo. Con sus muchas limitaciones, Bukowski es un poeta fuerte y, como tal, generador de epígonos. Un poeta nada preocupado por la angustia de las influencias.
Una de las paradojas del autor es que proyecta una imagen de haragán que no se corresponde con el número ingente de obras que publicó, muchas de ellas después de muerto. Otro de los falsos mitos es la del semianalfabeto, pero sabemos que devoraba libros en la Biblioteca Central de Los Ángeles desde su infancia. Es cierto que no se preocupa por la ortografía ni por enviar textos inteligibles a las revistas, algunas de las cuales se los publican con los tachones a máquina, como si estos formaran parte del poema. Parece una especie de último Fonollosa, lector de la guía de teléfonos, y es algo más que eso. Tal vez la distorsión en la recepción se deba a que el concepto crítico de Bukowski parece reducirse a una noción intuitiva. La poesía, para que a él le plazca, no debe parecerlo y, además, debe tener “brío”. El “brío”, el empuje, la fuerza son el único elemento distintivo de la poesía que a él le interesa.
Sus poemas son los de alguien en quien la distancia entre persona y personaje es mínima, casi inexistente. Los temas, como se ha apuntado, son limitados (caballos, mujeres, alcohol, hastío), pero en ¡Adelante! se añade una conciencia crepuscular ante la inminencia de la muerte. La cantidad de poemas sobre la literatura y sus aledaños es ingente: ora se ríe de un verso de T. S. Eliot, ora de la Generación Beat… Sus dicterios contra las contradicciones en que incurren quienes le critican son hilarantes: unos le reprochan que ya no escriba sobre caballos y otros que no hace otra cosa que escribir sobre ellos.
Para desaprender retórica, como ejercicio de ascesis encaminado a conseguir cierta contención verbal, nada como el canto del cisne de este terrorista de las buenas costumbres.
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