La intimidad de la serpiente. Autor: Luis García Montero. Editorial: Tusquets. Páginas: 143. Precio: 12 €.
Luis García Montero (Granada, 1958) ocupa por derecho propio un lugar de privilegio en el panorama de la lírica española. Por un lado, cuenta con una obra dilatada y sólida en el campo de la poesía y del ensayo literario. Por otro, es una figura pública que aparece en los medios de comunicación con relativa frecuencia. Ejemplos de esta presencia las tenemos en la entrevista del Dominical de El Periódico del pasado 12–13 de abril, o también en su intervención hace un par de años en la serie “Esta es mi tierra”, emitida en La 2, en la que hablaba de su provincia natal. Por último, es uno de los pocos poetas cuyos libros tienen, más que lectores, público. Quizás cabría aquí recordar que José María Aznar hizo que se disparasen las ventas de Habitaciones separadas al vérsele leyendo en el Congreso el breve volumen antedicho, acreedor del Premio Nacional de Literatura 1995.
Se esperaba mucho de La intimidad de la serpiente, habida cuenta que su antecesor, Completamente viernes, es del año 98 y fue un éxito de ventas. Por desgracia, creo que el libro no cumple con las expectativas. Su estructura es meditada, pero falla por cuanto no consigue realmente enganchar al lector, hacer de los poemas artefactos memorables, en expresión de Gil de Biedma. En cualquier caso, cabe creer que es solo el borrón de un buen escribano.
De entrada, dos claves se ofrecen al lector. Por una parte, el título, que alude a los cambios de piel obligados que preservan, no obstante, una intimidad intacta. La segunda clave es una cita de Cernuda que viene a decir que, una vez se ha escogido el camino del espíritu, a dónde se incline nuestra simpatía ya no es una cuestión que podamos decidir. Al abrigo de esta cita se desgranan las cinco secciones del volumen, dos de las cuales son de canciones. En cuanto a los temas centrales del libro, tienen que ver con las relaciones familiares y la historia moral personal imbricada en la historia colectiva.
En este libro llaman poderosamente la atención las referencias al medio televisivo, que ya se apuntaban en el magnífico “Garcilaso 1991” de Habitaciones separadas. Si entonces el autor ponía en tela de juicio la realidad servida cómodamente por las ondas de un “Bagdad herido por el fuego”, en la “Canción eclipse” retoma el lema de la revolución francesa para constatar la manipulación informativa: “La libertad / como una antorcha hundida / en el mando a distancia / de los televisores”. Imagina también a “Adán y Eva / en las televisiones, / sentados tristemente / en los grandes concursos de la nada, / juzgando la verdad y la mentira”, arrastrados por la mediocridad de los realities. Y acaba por cargar contra los televisores, que han establecido una “nueva sintaxis” (p. 85), y contra la ciudad encanallada, que trasnocha viendo bazofia “porque la audiencia sube / cada vez que el veneno / abandona a su suerte los instintos de rayo” (102).
Otra de las referencias novedosas es la del nacionalismo y el comunismo con efectos secundarios letales. García Montero los explica como creaciones de gentes que se sitúan al margen de las reglas de los hombres (“juegan como los dioses sin castigo”) y que “suplican el color de una bandera / y la sombra de un himno” (“Canción pornográfica”). Por su parte, “Las estrellas (Autobiografía)” alude a la caída de una mitología personal que no excluía “la cinta negra de la libertad / que se ataba en el frío de la nuca”.
Pese a que constituyen una novedad, no son estos subtemas mencionados (la televisión, el nacionalismo, el comunismo) los que dominan en el libro. En diversos poemas se ahonda en el difícil compromiso entre la nostalgia y la miseria histórica, como en “Himnos y jazmines” o “Nochebuena”. El poeta se refiere de manera reiterada a una moral de renuncia y compromisos y se refiere a sus propias traiciones y verdades (“Las lecciones de la intimidad”).
Otro grupo de composiciones lo configuran “Domicilio particular”, “Realismo” y “Las confesiones de don Quijote”, que ahondan en la experiencia lectora con acierto desigual. Si el primer y el segundo poemas sorprenden y fluyen rítmicamente, el tercero de ellos es en exceso digresivo, inacabable, como otros del poemario.
Estamos, a mi juicio, ante una obra que no aporta gran cosa a la trayectoria del granadino. Lastrada por una proliferación de símbolos vagos (luz, nieve, silencio, luna), afeada con algún poema tedioso, este libro no da, sin duda, la talla del mejor poeta de su generación. Hasta la próxima entrega, habremos de conformarnos con la relectura de sus otros poemarios anteriores.
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