Fatiga de materiales, de Gonzalo Escarpa. Ediciones Trashumantes, Valencia, 2006, 123 p., 12 €
Por increíble que parezca, éste es el primer libro de Gonzalo Escarpa (Madrid, 1977). Increíble porque el autor ha colaborado en numerosas revistas electrónicas (Los noveles, Cabra sola, etc.) y su implicación en actividades artísticas es conocida, pues dirige la revista Fósforo, el boletín www.circodepulgas.net y coordina el Centro de Poesía José Hierro.
El libro se abre con una cita de Alfonso Costafreda cuyo último verso explicita la tensión entre vida y palabras: “¿Son vida las palabras o van contra la vida?”. De esta duda no resuelta que recuerda también a la Ernestina de Champourcin de los versos “Todos van, todos saben… / solo yo no sé nada” (poeta a quien también se cita en el poemario) parten los poemas: del pasmo, de la incomprensión. Pasmo que no obsta para que el autor escriba y propague “el pan del estupor […] / y no comprender nada / y celebrarlo”. De modo que estamos ante un libro celebratorio pese a todo, de un autor vitalista y en las antípodas de la famélica legión poética que confunde lucidez con suicidio e idolatra a Pizarnik, Plath y a otros porque fueron muy desgraciados e incomprendidos y, colmo de lucidez, se suicidaron.
Tres secciones articulan un libro que se acerca más a la antología de poemas propios que a una obra orgánica: “Palabras que conozco”, “Lesión de lo claro” y “El tiempo subjuntivo”. Las tres partes tienen varias características comunes. Una es la presencia de rasgos vanguardistas: desde abolir la puntuación y no usar mayúsculas hasta el uso del poema visual, pasando por el uso de paréntesis dentro de una palabra y otros juegos diversos con la tipografía. Pero se contrabalancea esta presencia de lo vanguardista con la ortodoxia de las sílabas contadas en numerosos poemas. También atraviesa Fatiga de materiales un juego constante con las palabras que la mayoría de veces es brillante y alguna vez, pueril.
“Palabras que conozco” pone en verso diversas preocupaciones con respecto a la poesía. Por una parte, ya quedó dicho, la actitud con que cabe afrontar dicha actividad. Por otra, el cansancio que provoca el lenguaje y que lleva a que el poeta prefiera incluso el silencio. También hallan espacio poemas más ingeniosos como “Para mí”, que glosa unos versos de Nicanor Parra que instaban a elegir las diez palabras más hermosas del castellano. En estos poemas (como en la “Oración a Francisco Pino” en que tergiversa deliberadamente a Juan Ramón Jiménez con un “danos / la cosa exacta de los nombres”) Escarpa se mueve como pez en el agua y da muestras de una imaginación y capacidad de asociación verbal deslumbrantes. Puede así dar rienda suelta a la invención de neologismos para pedir “desalbertízanos / desnerudízanos” y usar aliteraciones o paronomasias que incluso generan una poética: “No mido el tiempo con el tiempo. Mido / lo que dura en mis ojos lo que miro”.
En esta parte tienen cabida experimentos poéticos de diversa índole, como un soneto que mezcla castellano, portugués, francés, alemán, inglés e italiano (“Babel”, que ya apareció en el número 630-631 de El Ciervo). Junto a este soneto, descuella el titulado “Si hubiéramos sabido que el amor era eso” (una revisión del “tiempo subjuntivo del arrepentimiento”) y desmerecen otros dos, “Aclárate la luz de la mirada” y “Ata la trenza atrás, para que atrape”, ambos prescindibles. Son también memorables “La ceremonia de las horas tuyas” o un “Más recomendaciones para Julias” que retoma el conocido poeta de J. A. Goytisolo y recusa la idea de que nada nuevo se esconde bajo el sol poético.
Esta última aseveración se contradice con un verso de la sección siguiente, “Lesión de lo claro”, pero estamos ante un libro de poemas, no ante un programa electoral que deba cumplirse. “¿En qué lugar no hay un poema?” trata de la angustia a la que se puede ver abocado el autor moderno, obligado a la originalidad y la novedad (lejos del concepto renacentista de la “imitación compuesta”). En estos versos se reconoce de modo humilde que en un poema “vive un cementerio, / el cadáver de un verso / en otro verso”.
Si la primera sección aborda la función de la poesía y la segunda versa sobre el significado de la belleza, la tercera trata del amor, así a las mujeres como a la literatura. “El tiempo subjuntivo” se abre con una declaración de amor a la literatura y una captatio benevolentiae, porque frente a los autores admirados, la torpeza expresiva es lacerante: “son ellos los que dicen amor / cada vez que yo digo cenicero”.
Cabe desear la mejor suerte a Ediciones Trashumantes y su apuesta por un concepto arriesgado de la poesía, así en los contenidos como en la presentación. Quienes accedan a la página web podrán leer que un verdadero programa de acción poética: “El receptor puede, si así lo desea, arrancar los poemas del libro para convertirlos en aviones que los conviertan en textos trashumantes, o simplemente recortarlos y convertirlos en autónomos y susceptibles de ser regalados, exhibidos u olvidados en el metro”.
En cualquier caso, no es recomendable reconvertir en aviones que vuelen lejos de nuestra estantería esta Fatiga de materiales, la segunda entrega de una editorial novedosa y el magnífico (falso) debut de un poeta que contagia alegría de vivir.
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