10 claves del éxito de Murakami. Una lectura de ‘Tokio blues’ Ressenyes
  1. La franqueza con la que aborda el sexo

 

Un poco de sadomasoquismo y bondage por aquí, una mención a películas porno por allá, lesbianas, masturbaciones, felaciones, coitos… El abanico de prácticas sexuales es amplio en Murakami. Con sutileza, eso sí, pues las escenas en que se aluden son breves. En ocasiones, se mencionan pero no se escenifican. Pero es difícil no abrir al azar esta novela y no topar con alguna escena de sexo.

 

  1. Las descripciones breves

 

Casi no hay autor de éxito que no describa con rapidez y exactitud. Las descripciones morosas, proustianas, han pasado a mejor vida. El escritor japonés, por ejemplo, describe a Nagasawa de este modo:

 

“Poseía un espíritu muy noble, no exento de vulgaridad. Mientras avanzaba a paso ligero guiando a los demás, su corazón se debatía en soledad en el fondo de un sombrío cenagal. Desde el principio, percibí esas contradicciones con toda claridad sin entender por qué la gente no las veía. Aquel chico vivía llevando a cuestas su particular infierno.” (p. 47)

 

Si no llega a la precisión de Baroja, se le acerca.

 

  1. El humor

 

El humor en Murakami es a menudo el fruto de la observación de lo insólito, nace de revelar lo insólito en lo cotidiano. Como cuando se pregunta, en la página 21, por el motivo de arriar la bandera japonesa por la noche:

 

“¿Por qué tenían que arriarla de noche? Las razones se me escapaban. La nación sigue existiendo durante la noche, y hay mucha gente que trabaja a esas horas. Las brigadas del ferrocarril, los taxistas, las chicas de alterne, los bomberos con turno de noche, los guardas nocturnos de los edificios… Me parecía injusto que todas las personas que trabajaban de noche no contaran con la tutela del Estado.”

 

  1. La imprevisibilidad

 

Igual que determinadas películas utilizan los giros de guion, Tokio blues discurre a menudo por caminos inesperados. A veces con cierto efectismo (un personaje se suicida), a veces con la pastosa densidad de los hechos vulgares que acaecen cuando se esperaría del personaje un comportamiento más novelesco. Sea por lo que hacen o dejan de hacer los personajes, la ruptura de las expectativas menudea.

 

  1. La atención a los detalles

 

Un requisito para los buenos escritores es ser observador. Luis García Montero, en Lecciones de poesía para niños inquietos, lo aplicaba también a los poetas. Es necesario observar el mundo con atención para advertir aquello que a otros pasa por alto. Como se advierte en este fragmento escogido al azar:

 

“Cuando le miré a los ojos comprendí que aquel hombre [el padre de Midori] moriría pronto. En su cuerpo apenas quedaba un hálito de vida. Lo único que había era un débil, apenas perceptible, vestigio de vida. Igual que una vieja casa desvalijada que espera a ser derruida”.

 

  1. El lenguaje poético

 

Pondré dos ejemplos de ello. Uno breve, como un fogonazo: “Tenía la boca seca, como si hubiera comido polillas o algo parecido”. Otro más largo, una buena descripción de un ataque de ansiedad: “Solía ocurrirme al atardecer. En la pálida oscuridad, impregnada del suave aroma de las magnolias, mi corazón, sin previo aviso, empezaba a henchirse, a estremecerse, a temblar, atravesado por un pinchazo. En estos momentos, cerraba los ojos y apretaba los dientes con fuerza. Y esperaba a que pasara. Poco a poco, despacio, este dolor se alejaba, dejando tras de sí un dolor sordo”.

 

  1. La capacidad de poner palabras a pensamientos comunes

 

Frases como “Si Kizuki viviera, seguiríamos juntos, amándonos y siendo cada vez más infelices” se entienden a la primera. Y, sin embargo, son felices, encierran un pensamiento común, pero no sencillo de expresar con brevedad. O esta otra sobre el esfuerzo y el talento: “No son capaces de ir un paso más allá. ¿Por qué? Porque no se esfuerzan. Porque jamás les han inculcado el sentido de la disciplina. Porque los han estropeado. Desde niños, han tenido tanto talento que han conseguido hacer las cosas sin esforzarse, y la gente los ha alabado por ello, diciéndoles lo extraordinarios que son. Y acaban concibiendo el tesón como una estupidez”.

 

  1. Los diálogos chispeantes

 

Valga como ejemplo de diálogo ocurrente este que copio a continuación. Además, también ejemplifica bien otros dos ganchos habituales de Murakami: la presencia del sexo y la capacidad de observación.

 

–Creo que ves demasiadas películas porno –le dije riéndome.

–Quizás tengas razón. Me encantan. ¿Qué te parece si un día de estos vemos una?

–Cuando tengas un día libre.

–¿De verdad? Me hace mucha ilusión. Vayamos a ver una de sadomaso. De esas en que los tíos pegan con látigo y las chicas hacen pipí delante de todo el mundo. Ésas son mis favoritas.

–Como quieras.

–Watanabe, ¿sabes lo que más me gusta de las películas porno?

–No.

–Pues que cuando empieza una escena de sexo se oye cómo alrededor en la sala todo el mundo traga saliva. ¡Glups! –comentó Midori–. Me encanta ese ¡glups! ¡Es muy gracioso!

 

  1. Lo obsceno y lo macabro

 

Fue el novelista Joan Sales, autor de la obra maestra Incerta glòria, quien acuñó esta divisa de “lo obsceno y lo macabro”: llegamos al mundo gracias al sexo y salimos de él por una puerta que conduce a la nada. Murakami utiliza el sexo –ya ha quedado dicho de forma reiterada– y lo mezcla con muertes, casi todas prematuras (jóvenes de 17 o 21 años) y, además, truculentas (con suicidios, por ejemplo). Un cóctel explosivo.

 

  1. Los referentes pop occidentales

 

Para acabar, hay que reconocer que es más sencillo identificarse con un escritor japonés que habla de los Beatles y que ve El graduado que con otro que no lo hiciera. Watanabe, el protagonista de la novela, lee El guardián entre el centeno o La montaña mágica y, cuando asiste a clases de literatura, le hablan de teatro griego. Escucha a Thelonius Monk, a John Coltrane… El propio Murakami admitió que Tokio blues fue un intento deliberado de ganar lectores occidentales acercándose a sus referentes.